Pese
a que Sócrates me enseñó a descartar las falsas falacias de la
religión, también me inculcó el respeto a los inmortales, por eso
no olvido mostrar mi gratitud por la felicidad de la vida y, cuando
estoy en la Isla, si tengo la ocasión, subo a visitar la tumba del
poeta, que se encuentra en lo más alto de la colina en la que yace
el pueblo.
Mis
pasos van siguiendo aquellos que, a la inversa, se señalan para la
procesión del corpus en un fino dibujo en azulejo, sobre los muros
de piedra, y me llevan hasta una pequeña ermita y hasta el
cementerio.
Tras
el portón de madera verde, parece un patio; al traspasarlo, una
terraza.Buganvillas, geranios, claveles sobre losas de poetas,
escritores, viajeros. Al mirar al mar que se esconde entre montes de
pinos, piso descuidadamente la tumba de un desconocido extranjero que
se place, ya para siempre, en observar el alegre paisaje
mediterráneo.
Me
cuesta trabajo encontrar aquella que busco, nimia losa de cemento que
pone, sencillamente,
” Robert
Graves, poeta”
y
las fechas de su nacimiento y muerte.
Pongo
un morado crisantemo sobre las letras de su nombre, intentando
adoptar un aire grave, imposible en esta alegre terracilla que da al
mar.
©
onlythebestones 2007
Publicado
originalmente en Vorem